Cuando en 1982 la joven estudiante de derecho Thelma Esperanza Aldana, de 27 años, entró a trabajar como ayudante para hacer los mandados en un juzgado de familia de Quetzaltenango (suroccidente de Guatemala), el implacable mayor Otto Pérez Molina, de 32 años, ganaba fama como un feroz jefe militar que combatía a las guerrillas comunistas en el Triángulo Ixil, en un sector de Quiché, en el centrooccidente del país.
La guerra que había estallado en 1960 se prolongaba y Guatemala sufría una de las épocas de mayores atrocidades contra los derechos humanos con una de las más brutales dictaduras castrenses, iniciada en 1954 por un régimen de generales y coroneles.
Ese mismo año, Aldana –conocida entre sus colaboradores y allegados como ‘La Licenciada’– se graduaba en Ciencias Jurídicas y Sociales como abogada y notaria en la universidad estatal San Carlos de Guatemala e iniciaba una lenta pero sostenida carrera judicial con estudios superiores, dentro y fuera del país.
En esa misma época, Pérez Molina –identificado por sus jefes y subalternos con el seudónimo de guerra de ‘mayor Tito Arias’– era notorio en las tenebrosas filas del Ejército de Guatemala. Su nombre quedaba marcado en las bitácoras castrenses solo por su presencia en zonas en las que las Fuerzas Armadas se hundieron en un profundo desprestigio, nacional e internacional, por sus prácticas de tortura y genocidio.
Hoy ‘La Licenciada’ es la fiscal general de Guatemala que puso contra las cuerdas al temido ‘mayor Tito Arias’, ahora presidente del país centroamericano.
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